El tema es que se ha hecho pública otra preferencia gastronómica del Presidente electo. Y como uno es inquieto, hubo que ir. Se trata de una picada -o huarique, ya que es de comida peruana- llamada Puerto Esmeralda. Ubicada en la calle del mismo nombre, es una buena excusa para darse una vuelta y comprar algún sombrero en Donde golpea el monito, a cuadra y media. O para hacerse de quesos donde Arturito, en la Vega chica, primer piso. Y para comer rico, obvio.
Tras algunos espionajes previos -¿agente Topo? Pffff-, se supo de una preferencia presidencial marcada por el piqueo mixto, el que es mayúsculo, para dos o tres. Se optó por pedir dos de sus componentes en porciones individuales. Una jalea mixta ($9.500), esos fritos variados, montados sobre un par de yucas y coronado con sarsa criolla. Y un cebiche mixto ($8.700), con su pescado, algunos camarones, calamar y pulpo. En ambos la sazón, perfecta. Los problemas fueron lo duro de una yuca, lo tieso del camote en el cebiche y también lo resistente -no grave, pero tampoco blandito- de los trozos de tentáculo.
Para seguir, se fue por un anticucho de corazón ($6.500), montado sin pincho sobre unas papas. Blando, sabroso, intenso a ají panca y un pelo salado. El otro plato fue una causa ($6.500), de gran tamaño, rellena de atún. ¿La verdad? Este debiera ser un número fijo de la economía doméstica nacional, una receta a adoptar sin ni dudarlo. Y venía con abundante palta, además. Una maravilla.
A la hora de los postres, había leche asada y tres leches. Se extrañó algo más típico. Para beber, una Inka Cola de litro y medio. En resumen: el lugar es sencillo, la comida cumple bien, la atención es ultra gentil y las sillas en su exterior están encadenadas.